En su más reciente serie, “Rey Midas”, la artista Madeleine Selman retoma uno de los mitos más antiguos y universales —la leyenda del monarca capaz de convertir en oro todo lo que toca— para proyectarlo hacia el presente, desmontarlo y reconstruirlo desde una sensibilidad profundamente contemporánea. A través de tres piezas que fusionan relieve, materia y gesto, Madeleine no solo revisita el relato clásico, sino que lo reinterpreta como una metáfora de las tensiones actuales entre deseo, exceso, creación y pérdida.

La serie está atravesada por un lenguaje material poderoso: capas de texturas orgánicas, pliegues casi geológicos, superficies bruñidas y negras que evocan tanto la oscuridad inicial de la materia como la tentación del brillo. Madeleine construye un universo táctil donde el oro —ese símbolo de codicia y seducción— aparece no como un metal perfecto y liso, sino como una superficie irregular, fracturada y vulnerable. En sus manos, el oro deja de ser un signo de riqueza para convertirse en rastro, cicatriz y consecuencia.

Madeleine Selman

La primera obra presenta una composición fragmentada donde zonas doradas emergen como islas entre corrientes oscuras. No hay figura humana explícita, pero la pieza respira movimiento, casi como si el oro estuviera abriéndose camino entre fisuras profundas. Este relieve sugiere un paisaje interno: un terreno en disputa entre lo que brilla y lo que resiste. Aquí Madeleine aborda un dilema esencial del mito: ¿qué ocurre cuando lo deseado se expande más allá de su propósito? El oro ya no adorna; invade, desplaza, domina. La pieza propone una reflexión sobre los límites del deseo contemporáneo —el consumo, la acumulación, la velocidad— y sobre cómo aquello que aspiramos a poseer termina, a menudo, por poseernos.

Madeleine Selman

La segunda pieza es la más literal y, quizás, la más conmovedora: una mano dorada emerge desde un fondo texturado que recuerda tela arrugada, corteza, o incluso piel envejecida. La mano, símbolo del toque, del poder transformador del mito, aparece aquí congelada, atrapada en la superficie que ella misma transforma. No es el gesto triunfante de un rey, sino una marca silenciosa que parece pedir ayuda o dejar un testimonio. Madeleine reinterpreta la maldición de Midas como una pérdida del contacto auténtico: el oro convierte, pero también separa. En un mundo donde lo físico se vuelve cada vez más mediado por pantallas, filtros y apariencias, esta obra funciona como advertencia: convertir todo en oro es, en realidad, perder la capacidad de sentir.

Madeleine Selman

La tercera obra, con sus formas orgánicas delimitadas por líneas doradas que recuerdan células o estructuras biológicas, sugiere que la pulsión del oro ha penetrado hasta lo microscópico. Es como si el mito hubiera mutado y se hubiera filtrado en la trama de lo vivo. Aquí, Madeleine introduce un ángulo contemporáneo crucial: el oro como sistema, como red invisible que atraviesa cuerpos, economías, tecnología y relaciones. En este relieve, la artista transforma el mito en un comentario sobre la interdependencia entre lo material y lo vital. No todo lo que brilla está fuera: también habita dentro de nosotros.

Al reunir estas tres piezas, “Rey Midas” se convierte en un ensayo visual sobre el precio de la transformación y sobre el deseo humano de alterar su entorno en busca de significado, seguridad o poder. Madeleine sugiere que la maldición de Midas persiste hoy, aunque con nuevas caras: la obsesión por la productividad, el rendimiento, la apariencia, la inmediatez. El oro ya no es metal: es estatus, éxito, visibilidad, algoritmo.

Pero la serie no es pesimista; hay en ella también una invitación a reconsiderar el valor de lo imperfecto, lo discontinuo, lo táctil. Madeleine reivindica la materia, la textura, el relieve, la huella. Sus obras nos recuerdan que no todo debe convertirse, que hay belleza en lo que permanece sin pulir. En un mundo obsesionado por el brillo, ella elige mostrarnos la sombra que lo hace posible.

“Rey Midas” es, en definitiva, una relectura lúcida y poética de un mito eterno, transformado aquí en un espejo del presente. Madeleine demuestra que la leyenda sigue viva porque sigue preguntándonos lo mismo: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para obtener aquello que deseamos? Y, sobre todo, ¿qué sucede cuando lo obtenemos?